Slasher en el que un grupo de adolescentes son eliminados por un asesino enmascarado fanático de las películas de terror en un ficticio pueblo de California. El film pretende revivir el moribundo género de terror de la década de 1990 a partir de una relectura del slasher de la década de 1980. Pero el guión de Kevin Williamson se cree más inteligente de lo que realmente es. Porque el juego autorreferencial que propone se da en un nivel superficial, las múltiples citas a películas del subgénero se quedan en los diálogos, los personajes no son modelo de ninguna juventud más que la del cine y la resolución cae en todos los clichés que quiso evitar. Sólo se agradece la simpleza con que están resueltas algunas secuencias (el prólogo con Drew Barrymore sola en la casa, la entrada de la protagonista al baño de la escuela, la duda abrir la puerta de su casa, la cámara con retraso en la camioneta) y la pizca de humor que se cuela cada tanto. Pero más allá de eso, es poco lo que se puede rescatar. El torpe misterio por la identidad del asesino (que más allá de la máscara original, no resulta muy aterrador) no puede sostener al film. Craven vuelve al subgénero que ayudó a crear en la década de 1970 y que lo consagró como director en la década de 1980 mostrando su habilidad para adaptarse a los nuevos gustos del público y mantener intacta su posición en la industria.