Slasher en el que un asesino serial escapa de un manicomio y vuelve a su barrio en un pueblo de Illinois en la década de 1970. La elección de Rob Zombie para llevar a cabo el remake de Halloween (1978) es curiosa. No sólo porque es un director muy diferente a John Carpenter, sino porque su sola presencia anunciaba más una reinterpretación que una actualización del original. Zombie sale victorioso solamente a medias. Porque en la primera mitad, con el retrato de una vida familiar caótica, el dramático pasaje en el psiquiátrico y algunos apuntes delirantes, se nota lo que el film que podría haber sido en sus manos. Pero después, cuando comprime y reproduce la historia del original, queda claro que no puede construir la misma atmósfera. La entidad del mal no tiene la naturaleza metafísica de Carpenter. Y, sabiendo lo que va a pasar, el film pierde toda la gracia. Igualmente podemos disfrutar de la particular forma de Zombie de montar las imágenes y los sonidos durante los asesinatos y de la aparición de múltiples leyendas del género en pequeños papeles (Malcolm McDowell, Brad Dourif, Udo Kier, Dee Wallace y toda la troupe Zombie). El film ni siquiera se molesta en recrear algunas de las escenas más impactantes del original (la protagonista que cruza la calle, el encierro en el armario o la desaparición de la resolución) porque no tiene sentido. El paso obligado al mainstream de Rob Zombie se salda con un resultado mixto. Esperemos que vuelva a lo suyo.