Cuento de terror en el que un doctor llega a un pequeño pueblo para investigar una misteriosa muerte en Rumania a fines del siglo XIX. Bava regresa al cine de terror gótico abandonando la posición ambigua hacia lo sobrenatural de La frusta e il corpo (1963) y I tre volti della paura (1963). La iluminación da una particular atmósfera de pesadilla y el ritmo del film no decae nunca porque toda la acción de la película transcurre durante una sola noche.
Bava realiza otro poema gótico. El film traslada la idea de casa encantada a todo un pueblo entero. La neutralidad del personaje que presencia los horrores de los habitantes de un pueblo supersticioso le da cierta raíz neorrealista al relato. Pero el sutil uso de los recursos visuales es lo que destaca al film. El uso del zoom no es para nada molesto, sino que le agrega una dimensión surreal al film. Las telarañas que adornan los encuadres atrapan progresivamente a los personajes. La imagen de esa escalera en plano cenital conducen al mismísimo infierno. Las apariciones fantasmales de la niña resultan tan bellas como perturbadoras. El uso de los planos detalle es nuevamente notable, especialmente esa imagen de la mano de la niña que asoma por la puerta. Bava vuelve a ubicarse en ese límite del cine de terror clásico y el moderno. El montaje, la ubicación del punto de vista y los movimientos de la cámara están al borde de despegarse de la acción y de los personajes, pero todavía hay hilos que los contienen.