Cuento de terror en el que una familia de vacaciones de invierno tiene un altercado con unos cazadores en el norte del estado de New York e interviene un espíritu maligno indio. Fessenden utiliza algunas claves del cine de género y la leyenda india del Wendigo como mero pretexto para una historia que se desarrolla como melodrama familiar y reflexiona sobre la violencia y la cultura. El procedimiento recuerda a los films independientes de terror de Michael Almereyda, Nadja (1994) y Trance (1998), aunque sin llegar a la misma atmósfera bizarre. El film acierta al dejar las alucinaciones solo desde el punto de vista del niño que trata de buscar explicaciones para la violencia sin sentido. El retrato de personajes, más preocupados por las ocupaciones diarias, que realizan un viaje de descanso por obligación y están en constante estado de irritación, resulta acertado. Algunas referencias a Deliverance (1972) y The Shining (1980) sólo sirven de coartada para adscribirse al género. El papel de la ambientación en la nieve se convierte un personaje más física y metafóricamente. La música, con algunos acordes orientales, subraya el aliento trágico de la historia. Estilismos como la time lapse photography, la bullet time camera y la imagen congelada visualizan las apariciones del Wendigo, pero carecen de impacto. Y ahí está el problema, como film de terror, falla para generar miedo y desasosiego. Como film de tesis, es muy simplista y cerrado. En pocas escenas hay real tensión. Una de ellas es cuando el sheriff va a buscar al asesino a su casa, resuelta con simples planos y contraplanos (y cada tanto un plano general desde lejos) que acentúan el tiempo de espera. Eso falta. Pese a no ser un film del todo logrado, es consecuente con la obra de Fessenden, una de las voces más atractivas del panorama del cine independiente de terror americano.
Es una lástima que Fessenden recurra a una batería de efectismos para visualizar la presencia del Wendigo. Su film se desbarranca a partir de allí y la atmósfera de tensión y amenaza realista que había logrado se desvanece. La mejor secuencia de la película es la llegada de noche a la casa luego del altercado con los cazadores. Las dificultades para acostumbrarse a un lugar nuevo, la falta de televisión, el vidrio roto de la ventana, el juego de deletrear que el padre le propone al niño y el rostro del cazador que observa a la pareja haciendo el amor desde la ventana son los indicios que crean una sensación de incomodidad y extrañeza a partir de la cotidianidad. Después, una vez que el padre recibe el disparo, el film se va a pique barranca abajo. Porque le termina dando importancia a un personaje que se comporta como idiota sólo para crear conflicto. Es como si Fessenden hubiera querido hacer una versión sutil de Straw Dogs (1971) y a mitad de camino incluyera una leyenda india para evitar toda la violencia y tremendismo de ese film. No hace ni una ni otra cosa.