Psycho thriller en el que un asesino utiliza un taladro para matar a vagabundos en la ciudad de New York. Ferrara muestra por un lado una parte una juventud sacudida por una falsa conciencia de libertad y, por el otro, la decadencia del arte amateur en la sociedad de consumo (el pintor debe venderse, la banda de rock pésima que ensaya en el edificio, las muy malas actuaciones de todo el reparto, la marginalidad y la fealdad). De manera tal que el film funciona como una autobiografía del propio Ferrara y una especie de confesión de los lugares, los personajes y las situaciones que conoce. Tiene obviamente un costado terrorífico, a partir de las alucinaciones, los asesinatos (el body count asciende a 13 víctimas) y el gore, pero nunca pierde su encuadre social: los personajes sufren los problemas para pagar el alquiler, de no tener dinero para salir de noche o de recibir la visita de familiares indeseables. Por lo que el terror se inscribe en la línea realista de Repulsion (1965).
A Ferrara le interesa poco la adscripción al género de terror y mucho menos la dinámica del slasher, pero su película es un extraño híbrido entre el cine de explotación y el cine de autor que en ningún momento se regodea en el estilismo ni se desprende del realismo. El travelling que abre el film en la que el protagonista ingresa a una iglesia, la captura de los gestos de los actores y algunas imágenes de las calles de Harlem ya están por encima de cualquier film exploitation. Mucho del resultado final tiene que ver el inexistente presupuesto y la imposibilidad de hacer el retrato psicológico del asesino (el propio Ferrara interpreta al protagonista). De hecho los asesinatos pueden verse como producto de su imaginación: el primero viene pegado a una escena de alucinación y más de una decena se cometen durante una secuencia en continuado.