Secuela de House of 1000 Corpses (2003) en la que la familia demente se lanza a la fuga en Texas a fines de la década de 1970. El film es otro festival de terror hardcore y cine exploitation. Pero esta vez Rob Zombie muestra más aptitudes como director y esteta. La principal virtud de la película es no repetir el mismo esquema del original, sino incursionar en una road movie criminal que desconoce toda noción de mesura. El sentido del humor negrísimo está al límite de lo soportable. La inversión de roles termina haciendo a los protagonistas simpáticos. Cuesta creer que con los niveles de sexo y violencia no tuviera problemas con la MPAA. Más allá de la brutalidad de las escenas, de los contornos freaks expresionistas y del aprecio incondicional por lo desagradable, Rob Zombie muestra una pasión y una energía por lo que filma que son raras de ver en estos días. Sus personajes no son más que niños que quieren divertirse (ver la escena del helado). La utilización desmedida de la cámara en mano, los ralentíes, las imágenes congeladas, la música en contraste, los jump cuts y los inserts encuentra una forma justa para combinar la distancia, el shock y el humor. Escenas como la corrida desesperada hacia el camión, la alucinada entrada de los policías al cabaret o el final surrealista con el ralentí hacia la muerte están resueltas con una audacia poco común. Rob Zombie se confirma como uno de los pocos directores de culto del década de 2000. Veremos si mantiene el status después de Halloween (2007).