Cuento de terror en el que cinco amigos van a pasar un fin de semana a una cabaña en el bosque y son atacados por unos zombis asesinos en el noroeste de los Estados Unidos. Joss Whedon recluta a uno de sus pupilos televisivos e intenta innovar en el género de terror a partir de la autorreferencialidad y la meta discursividad. Por momentos lo consigue. Si el concepto no es del todo original, ya estaba presente en The Truman Show (1998) y My Little Eye (2002), al menos el film nos ahorra las reaction shots de la película de Peter Weir y asume el riesgo de dosificar la información. Si a eso sumamos la buena disposición para el género del uso de los primeros planos, la transparencia de la puesta en escena y los punteos de la banda sonora (todos elementos que remiten a John Carpenter), el rostro apropiado de Kristen Connolly para el papel de la heroína, la disposición del espacio que agrega otra dimensión a la historia y cierta idea sobre el horror laboral y corporativo, el resultado es más que favorable. Si por momentos el film se encierra en su propia autoconciencia e indulgencia, en el juego con los clichés del género, en una dinámica de sitcom televisiva y en el abuso de efectos visuales digitales (especialmente en la resolución), nunca se toma demasiado en serio. Lionsgate trata de salir del torture porn que promovió y agotó, pero pese al buen resultado obtenido en este caso da la impresión que no podrá establecer una franquicia.