Film de samuráis en el que un espadachín ciego llega a un pequeño pueblo en Japón en el siglo XIX. Kitano adapta las populares novelas de Kan Shimozawa para alejarse de la gravedad y melancolía de sus últimos trabajos. El film es puro deleite de movimientos, colores y música. Sin embargo está lejos de ser una gran película de samuráis. Para ser un film de Kitano, el montaje es un poco plano (los marcados contrastes están ausentes) y la parte media es bastante farragosa. Pero cuando los personajes empiezan a bailar, la música cambia de tono y llega el turno de las batallas finales, nos encontramos con una rareza en estado puro. El habitual sentido del humor de Kitano se cuela esporádicamente en alguna escena (el vecino que pasa corriendo y gritando, el juego para adivinar los dados o la geisha que en realidad es un travesti). Las secuencia de acción son bastante expeditivas, las coreografías no son para nada complicadas y los baños de sangre incluyen efectos especiales digitales. Los flashbacks de la niñez del protagonista, los montajes de ruidos construyendo música y el final con el protagonista tropezando son licencias que sólo Kitano se puede tomar. En cuanto a las comparaciones con Kill Bill (2003), queda claro que no puede haber cineastas más diferentes que Kitano y Tarantino, más allá de que ambos jueguen con la violencia y el movimiento. El film es un homenaje al cine de samuráis que no llena todas las expectativas, pero tiene la personalidad de su director.