Thriller en el que una contadora escapa de su pueblo y de su marido abusivo para tomar un trabajo en Hanover. Tercera parte de la trilogía de los fantasmas después de Wolfsburg (2003) y Gespenster (2005). Esta vez Petzold adopta un tono más fantástico en su relato, que si bien no lo hace explícito hasta el giro final del guión, está presente ya desde las primeras escenas. Sólo aquél que no quiera verlo puede sentirse decepcionado por la resolución. Es que muchas veces el cine Petzold juega con la memoria del espectador, o mejor dicho, con la capacidad del espectador (y de los personajes) para olvidar ciertos objetos, situaciones o acciones de la trama (el auto rojo en Wolfsburg es el caso más ejemplar). En un mundo regido tan estrechamente por lo material, o por ciertos aspectos de lo material, resulta paradójica esta capacidad de olvidar. Pero allí yace uno de los secretos de su cine y del horror del mundo moderno que cada vez muestra con mayor lucidez. Su operación, que no deja de ser transparente, es estrechar los límites del género, precisamente dentro de un mercado donde la clasificación y etiquetación está a la orden del día y del mercado para ubicar y controlar cualquier tipo de producto. En consecuencia, sin todavía haber ganado el estatus de autor canonizado, sus películas todavía son poco vistas y pueden pasar tranquilamente como cine de qualité, cine de género o cine de subsidio. Pero de a poco va construyendo una obra que nos hace preguntar si Alfred Hitchcock, Fritz Lang o Jean Renoir estarían vivos, ¿no serían estos los tipos de films que harían?