Drama con toques de thriller y de film noir en el que un vendedor de autos atropella a un chico en la ruta y se da a la fuga, para luego acercarse a la madre que busca venganza en Wolfsburg, Alemania. Petzold esquiva las trampas de este tipo de relatos, 21 Grams (2003), al utilizar una narración transparente, un inteligente uso del espacio fílmico, un ritmo pausado del montaje, una sutil utilización de los silencios y los sonidos de ambiente y una estilizada puesta en escena. De esta forma puede acercarse a los personajes y sus padecimientos sin una mirada condescendiente o miserabilista. Del mismo modo que la historia de amor adquiere su propio tiempo y, más allá de las contracciones del guión, logra emocionar por los pequeños detalles. Como siempre el cine alemán pertenece a la escuela del miedo, pero aquí explora el tema de la culpa en su doble vertiente: por hacer algo y por no haberlo hecho. Para destacar hay varias escenas, gestos, detalles: el viaje de vacaciones a Cuba de la pareja resuelto en planos de direcciones opuestas del auto llevándolos y trayéndolos al y del aeropuerto, el tono de la voz cuando el personaje quiere confesarse y lo único que puede pronunciar es un nombre femenino, el detalle de las uñas pintadas que el protagonista observa en ella y habilita la primera cita de la pareja y el descubrimiento de la identidad del asesino, sólo después del contacto físico. Entre las referencias a Hitchcock y a Antonioni, Petzold puede ser un nombre a tener en cuenta en un nuevo cine alemán que, calladamente y alejado de los grandes premios de los festivales, se confirma como uno de los más sólidos de este nuevo milenio.