Melodrama en el que un periodista casado tiene un affaire con una modelo y duda en terminar con su esposa en Paris. Recién salido del éxito internacional de Un homme et une femme (1966), Lelouch se despacha con un concierto de banalidades burguesas que demuestran que su estilo tiene tan poco vuelo como sustento. Por un lado, siente la necesidad de “estar al día”. De allí las imágenes documentales en blanco y negro de la revolución cultural China y Mao, el viaje a África (al que no lleva equipo de sonido directo) para entrevistar a unos mercenarios y el segmento final en Vietnam (rodado en un pastizal seguramente a las afueras de París). Por el otro, hace un abuso de los planos con angulaciones insólitas, de las escenitas cotidianas sin sonido directo y adornadas por la música de Francis Lai. Y llega al borde del ridículo con el travelling circular doble en la escena en que el protagonista se reencuentra con su amante en un hotel de Amsterdam. También tiene tiempo de hacerse un viaje a New York para filmar a Candice Bergen una vez que se separa del protagonista. En cierto sentido Lelouch es un precursor del lenguaje vacío del video clip. Y para los que esperaban el dabadabada de la banda sonora hay recompensa al final, previa humillación del personaje interpretado por Yves Montand para recuperar el amor de su esposa.