Drama en el que un matrimonio inglés al borde de la separación viaja a Italia para liquidar una propiedad en la zona de Napoli. En apariencia Roberto Rossellini se despega del neorrealismo. Por un lado, la narración está más próxima al diario íntimo o al ensayo y, por el otro, la película anticipa el cine de Antonioni y la nouvelle vague. Pero lo que conserva es aún más importante y significativo: la importancia de la mirada que viene a reflejar el vacío existencial de los protagonistas, el efecto del paisaje en su estado emocional y la idea de hacer un film sin imágenes bellas, sólo imágenes justas. Aunque todavía los personajes están atados a las convenciones sociales y de clase, su película nunca cae en la pedantería.
El gran mérito de Rossellini es extremar la banalidad cotidiana de la historia, al mismo tiempo que va capturando significativas imágenes del pasado y del paisaje en las excursiones que hace la protagonista. Unas imágenes que se vuelven más y más insoportables. Hasta llegar a esa visión de los cadáveres de una pareja desenterrados poco a poco en una excavación arqueológica que la protagonista no puede terminar de ver. Es una imagen tan fuerte, tan cargada de sentidos y que genera una sensación tan desestabilizadora, tan real y horrorosa a la vez, que ni siquiera los films de terror más extremos han logrado igualar.