Drama en el que un periodista de New York investiga en la década de 1980 la historia de un cantante desaparecido de glam rock a principios de la década de 1970 en Londres. Haynes redobla la apuesta de sus películas anteriores con un biopic apócrifo, la estructura narrativa de Citizen Kane (1941), una poderosa selección de canciones y una exaltación de las formas visuales, para redondear uno de los films “independientes” más ambiciosos de la década de 1990. Sale victorioso de la empresa porque detrás de las apariencias, de los excesos y de los manierismos hay una búsqueda artística que escapa a los personajes, a la historia y al momento retratado. Más que un film sobre un momento en la historia del rock, sobre la homosexualidad latente o sobre la solución de un misterio, es un film más sobre la construcción de la identidad, la influencia recíproca y la revisión del pasado. En ese sentido, el aporte de Christian Bale, con su deambular abúlico en New York y su despertar vital en Londres, resulta clave porque sostiene todo el relato y el artificio. Después, la estética desmesurada de la época (deudora de los films de Ken Russell o Nicolas Roeg), la utilización constante de canciones de Brian Eno y Roxy Music) o la reconstrucción anacrónica de algunos segmentos puede gustar más o menos. Haynes sigue demostrando talento y valentía, aunque todavía su nombre no puede salir del circuito cinéfilo.