Cuento de terror en el que cuatro supervivientes se refugian en un bar durante un apagón que ha desmaterializado a la mayoría de la población de Detroit. De vuelta en Estados Unidos, Brad Anderson continúa en el género de terror con un producto que es una auténtica rareza por su simpleza, abstracción y belleza. Su devenir lo lleva indagar en las raíces del expresionismo y el gótico. A partir de una evento sobrenatural que nunca se explica, de pequeñas fugas surreales y de la simple idea de la lucha luz/oscuridad, no necesita de sangre o violencia para generar miedo. En este caso encuentra apoyo en ciertas concepciones cinematográficas (el proyector en la secuencia de créditos, los cuerpos que se desvanecen) para conectar con la idea de fantasma. Es cierto que termina explicitando demasiado el concepto, el guión se contrae en un par de ocasiones, los personajes son algo esquemáticos y la parábola religiosa resulta demasiado evidente. De allí que se extrañe un poco la profundidad psicológica de sus anteriores trabajos. Lo que no quita que de a poco Anderson haya construido una de las filmografías más estimulantes del cine de terror del siglo XXI. Ya tendrá tiempo para que lo reconozcan.