Cuento de terror en el que un soldado americano muerto en Irak vuelve a la vida el 4 de julio en un pueblo de Estados Unidos para matar disfrazado del Tío Sam. El producto invita a la inmediata simpatía por la descarada burla a los símbolos patrióticos americanos, por los rostros familiares a la serie B en el reparto y por algunas líneas de diálogos cortesía del guión de Larry Cohen, pero visto de cerca tiene poco para ofrecer. Ya que la historia no tiene sustento alguno (ni fantástico, ni realista), el guión es lo más incoherente que haya escrito Cohen en su carrera (lo que es mucho decir), los personajes resultan tan poco atractivos como resentidos e imbéciles y los asesinatos carentes de toda pulsión violenta o sexual son una simple caricatura. De esta forma la parodia del subgénero slasher y la sátira de la institución militar terminan anulándose para caer en el ridículo. Viendo los inexplicables ralentíes, la planificación de las muertes y la utilización de la música, se nota que a William Lustig no le dejaron ni pisar la sala de edición. Las víctimas de los asesinatos están marcados por su condición “antipatriótica”: queman la bandera, se burlan del himno, fuman marihuana, los policías corruptos. Eso sí, la dedicatoria final a Lucio Fulci muestra la pasión de Lustig por el cine de terror italiano. William Lustig nunca encontró su lugar en el género de terror y en el cine americano pese a ser uno de los talentos más capaces. Con este film parece que sepultó definitivamente su carrera como realizador.