Policial en el que un vendedor de subastas de arte con amnesia no recuerda dónde puso un cuadro robado en Londres. La base policial del film, en clave de película de robo, se pierde entre la pirotecnia visual de Boyle, una trama forzada con una hipnotista, un sentido del humor inoportuno y una complicidad con el espectador que no termina de aparecer. Después de una presentación de 15 minutos tan vertiginosa como publicitaria, uno espera el tiempo de la normalización, pero ni siquiera allí el film puede encontrar su ritmo. Trance es una película de robo en la que el robo (semi fallido) se comete apenas después de la secuencia de créditos. De allí que se cree la expectativa de que la recuperación del cuadro sea la verdadera secuencia de robo. Pero no, todo depende de que el protagonista recupere la memoria. Entonces para compensar esa ausencia, debe inventarse una confusa trama de thriller. Sólo en una escena Boyle logra sacar provecho de los recursos visuales: mientras el protagonista empieza a recordar lo que pasó, su relato no coincide con lo que se muestra y se confunde con los personajes presentes en la sala donde está siendo hipnotizado. Es una secuencia cercana al cine de terror. Pero parece que Boyle a partir de Slumdog Millionaire (2008) y después de su participación en la ceremonia de los Juegos Olímpicos de Londres en 2012 ha bajado notoriamente su coeficiente intelectual. También las expectativas del espectador respecto a sus películas.