Cuarta parte de Tomie (1999) en la que un grupo de amigos son acosados por la adolescente que no muere en Japón. Hasta ahora, esta secuela es el film es el mejor de la serie. La trama no se centrar tanto en Tomie sino que ahonda en el drama del resto de los personajes. Shimizu es capaz de introducir su marca personal. Trabaja con una puesta en escena más densa y ominosa, pero igualmente reduce al mínimo posible los movimientos de cámara y la cantidad de planos. Agrega un oportuno sentido del humor que genera una risa incómoda y no corta la tensión y el suspense, cierta reflexión sobre el vacío existencial y la incomunicación (la escena de la fiesta al principio recuerda a Kiyoshi Kurosawa) y unos delirantes toques gore (la imagen del personaje muerto en el baño público, la secuencia en la que el hijo y la madre intentan matar a Tomie). Como buen minimalista, Shimizu sabe que el terror más profundo yace en aquellas cosas que no se dicen o no se muestran. El film indaga en acto de matar no como algo vengativo o maligno sino como reacción ante la imposibilidad de asumir lo desconocido. El único reparo es una resolución no del todo inspirada. En cantidad y calidad, Shimizu tal vez sea el mejor director de cine de terror de la década de 2000.