Fábula desquiciada y alucinada en la que una niña de diez años hace un viaje con su padre a la casa de su abuela en el campo de Texas. El film arranca con un humor que ya pasa la barrera de lo negro. La hija ayuda a su padre a inyectarse mientras la madre yace muerta de sobredosis en la cama. Algunos apuntes escatológicos y otros de trazo grueso podrían ser evitados. Pero nos devuelven al Gilliam militante de la incorrección política. Después el film amaga con insertarse en un viaje fantástico con alucinaciones y realidades paralelas, pero se queda en la repetición. Allí Gilliam encuentra una nueva iconografía fantástica marcada por el realismo sucio, el paisaje campestre y la tierra profunda (filmada con sus clásicos grandes angulares) y una fascinante concepción de la niñez o la infancia, capaz de comprender los horrores y los placeres de la vida adulta y tener la libertad de escapar a su mundo. El rostro de la niña Jodelle Ferland es un gran hallazgo. Párrafo aparte merece la incorrección política de la escena de casi pedofilia con un deficiente mental. Una bomba en los tiempos de la paranoia. Gilliam sella su exilio definitivo de Hollywood con su película más radical. Ya no puede volver atrás.