Drama en el que un petrolero encuentra un pozo en California en 1911. Si algo le faltaba a Paul Thomas Anderson para expandir su universo era hacer una película ambientada a principio del siglo XX, adaptar a un escritor de orientación socialista (Upton Sinclair) y meterse en una de las más poderosas industrias del mundo. Otra vez sale victorioso. Se puede argumentar que a la película le sobran algunos minutos, que está pensada para el lucimiento de Daniel Day Lewis y que el personaje protagonista es difícil de masticar, pero eso no quita sus otros méritos. Pese a ser un film épico de largo aliento que cubre más de un cuarto de siglo, se centra en unos pocos personajes y situaciones. Narrativamente no sigue el camino lineal del típico esquema de ascenso y caída. Los planos secuencias que siguen a los personajes y los planos simétricos de la última parte en la mansión son decisiones tan acertadas como irreprochables. A fin de cuentas, no puede ser más clara la posición política del film. Por personajes como este vivimos en el mundo que vivimos (de la representación y el artificio). Anderson vuelve a hacer un giro y un viraje en su obra. Esperemos que para el próximo no tengamos que esperar cinco años.