Drama criminal en la que un joven que sale de la cárcel busca trabajo en una empresa de trenes de ambiente corrupto en New York. James Gray expande el alcance y las pretensiones de su ópera prima Little Odessa (1994) hacia un sistema político que da cabida a la decadencia moral. Es saludable comprobar que todavía hay directores que trabajan y utilizan el poder expresivo del encuadre y la iluminación para complementar la acción y el retrato de los personajes. Gray muestra una seguridad y un aplomo poco común para un director de su edad. A cada escena da la duración justa y el tempo adecuado. Su cine conecta con los arquetipos del policial francés clásico (Jean-Pierre Melville), el compromiso con el realismo de la generación americana de la década de 1970 (Coppola, Scorsese y Lumet) y cierta resignación contemporánea e individualista (Danny Boyle). La película permite el lucimiento de un excelente reparto: Mark Wahlberg perfila a su personaje con pocas frases y mínimos gestos, Joaquim Phoenix resulta enorme (quizá el mejor actor de su generación), Charlize Theron deja ver la fragilidad en la aparente normalidad y los veteranos (James Caan, Ellen Burstyn y Faye Dunaway) hacen de memoria a sus personajes. Tal vez la propuesta de Miramax más honesta y consecuente de la década se saldó con una increíble indiferencia y desprecio.