Slasher en el que unas adolescentes se juntan para una fiesta en la casa de una de ellas a las afueras de Los Angeles mientras un asesino con taladro anda suelto. Si bien el título lo dice todo y hay cierta intención paródica, la película todavía es más célebre por el hecho de ser escrita y dirigida por dos mujeres que por sus méritos intrínsecos. Luego de un arranque atractivo con un asesinato en la camioneta que más tarde será utilizado en Scream 2 (1997) y las escenas de acoso en el gimnasio y vestuario vacío, la dilatación temporal y los montajes paralelos destruyen el efecto aterrador, aunque tal vez esa no sea la principal intención del film. Que la trama siga al pie de la letra la fórmula no habla mal de sus creadoras, sino bien del slasher en cuanto a las ridículas acusaciones de ser un subgénero misógino. Y si en el momento de su estreno eran difíciles de identificar los signos femeninos introducidos, todavía hoy están allí para ser reconocidos. La protagonista tira a la basura todas sus muñecas apenas empieza el film. Los desnudos en la escena de la ducha mezclan belleza y espontaneidad al incorporar charlas banales sobre los deportes y deportistas. La segunda víctima trata de esconder la sangre de su herida para que el asesino no la descubra. Los montajes paralelos de la vecina y su hermana menor que no van a la fiesta. La imagen de la chica enmarcada por las piernas del asesino y apuntada por el taladro. Los dos jóvenes que tratan de pasar por héroes mueren inmediatamente. La castración simbólica al asesino al cortarle el taladro. Y el hecho de que haya tres chicas finales. Lo mismo puede decirse de las intenciones paródicas iniciales del proyecto que se dejan ver cuando una de las chicas come la pizza arriba del repartidor muerto (“La vida continúa”) o el plano de las tres chicas, cada una con un cuchillo en mano, caminando en fila por la casa a la espera del asesino.Los nueve asesinatos, considerando las dimensiones del taladro, no resultan tan violentos o sangrientos.