Drama en el que un banquero a punto de casarse es engañado por su novia con su mejor amigo en San Francisco. Uno puede atenerse a describir lo que se ve durante la película: las tomas de inserts de la ciudad de San Francisco, las discusiones redundantes entre los personajes, la apariencia de vampiro del protagonista, las actuaciones por debajo de la línea del abismo, las ridículas escenas de sexo softcore, la nula progresión narrativa. Pero ni aun así puede capturar las verdaderas dimensiones de un film como The Room. ¿Cuáles son las intenciones del producto? Imposible saberlas. Es un proyecto por demás atípico. Un aspirante a actor que se financia él solo una película de cinco millones de dólares de presupuesto asumiendo todos los roles principales delante y detrás de cámara puede derivar en una obra maestra o en esto. Hay escenas que no pueden generar más que risa: la pelea en la terraza, el juego de fútbol americano en el parque, la pelea en la fiesta y la resolución. Es cierto que la película se “disfruta más” más en una sala con público. Luego de presentado el conflicto, básicamente no pasa nada relevante por una hora de película. Pero la preocupación por lo que pasa dentro del cuadro, por la conducta de los personajes, por las relaciones entre ellos o por los diálogos está sacada de otra época. Y los errores de continuidad, planificación y montaje no son más aberrantes que los de las películas más taquilleras del Hollywood actual. En ese sentido The Room es una película bastante clásica.