Drama en el que Jesús es llevado a la cruz en Jerusalén en el siglo I. El film está hablado en hebreo y latín. Gibson muestra una tendencia sadomasoquista por las escenas de violencia. Narrativamente el retrato del calvario mezcla el punto subjetivo del protagonista con el de los testigos que nada hicieron, pero los flashbacks interrumpen la continuidad espacio temporal de la historia. Su versión de la pasión resulta muy apática en comparación con la de Scorsese. Este Cristo se proclama como revelador de la verdad sin búsqueda personal. El film termina siendo un espectáculo reaccionario y truculento bien al tenor de la moral conservadora católica que celebra la película. Incluso la omnipresente banda sonora ampulosa y la fotografía repleta de grúas, ralentíes y teleobjetivos están en función del sensacionalismo. Las escenas de tortura (larga sesión de latigazos, la prolongada caminata cargando la cruz y la crucifixión en sí) se componen de todos los planos burdos y simplones que se puedan imaginar y filmar. La película no plantea ningún debate ni agrega alguna interpretación a la historia. La acusación de antisemita es ridícula. La presencia del diablo como espectador y las alucinaciones de los niños con caras de ancianos acercan al film de terror. Da la impresión que Gibson hizo la película sólo para ver su nombre en los créditos luego de la última escena en la que se abre la cueva.