Cuento de terror en el que sacerdote de una orden casi extinta investiga la muerte de un colega que involucra a un devorador de pecados en Roma. El film es una rareza dentro de los parámetros actuales del género de terror (por el giro que toma en la segunda mitad) y de los parámetros estilísticos del cine de Brian Helgeland (demasiado oscuro). Pero muy a tono con el pensamiento conservador y reaccionario que domina Hollywood desde que asumió George W. Bush. Como resultado tenemos una fallida curiosidad. La película poco tiene que ver con la ambigüedad del bien y el mal o la problemática de la fe y la creencia que a duras penas planteaban films recientes como End of Days (1999), Stigmata (1999), Bless the Child (2000) o Lost Souls (2000). El film de Helgeland toma un referente medieval de un ángel/demonio que absorbe los pecados de los moribundos para ir al Cielo y describe la progresiva transformación del protagonista en ese personaje. Estamos en el terreno del anacronismo, pero la película fracasa rotundamente porque no tiene ninguna intención crítica o irónica. Es un simple capricho. La primera parte de la investigación por los oscuros recovecos de Roma se ve alterada por molestos efectismos en pos de “asustar”. La segunda parte, con la transformación del protagonista, primero engañado y después asumido, ve anulado todo su efecto por la repelente ideología. Helgeland usa y abusa de contrapicados para dar aire imponente a su protagonista. Y de vez en cuando utiliza panorámicas y separadores con algún sentido. Eso sí, los chistes de compañero que lanza Mark Addy son sencillamente insufribles. Habría que avisarle que no está en A Knight’s Tale (2001). La resolución es absolutamente horrorosa por lo contradictoria. Con films como este Hollywood sigue predicando su ideología reaccionaria, arcaica y neonazi.