Aventura en la que unos samuráis disfrazados de monjes transportan a un príncipe perseguido en los bosques de Japón en el siglo XII. En apenas una hora de duración Kurosawa es capaz de incluir un juego de teatralidad a partir del disfraz, un uso pleno de los decorados mínimos, una constante sensación de peligro y una ritualización carente de solemnidad. La película es una obra maestra en estado germinal.