Drama que revisa la vida de Jesucristo al cambiar los sucesos posteriores a su crucifixión en Jerusalén en el siglo I. Hay que agradecer a Scorsese su apuesta por humanizar al personaje a partir de sentimientos como el miedo, la ira y la ambición, y el hecho de no apostar por la solemnidad (de hecho la película tiene sus tics visuales habituales). De manera tal que instaura el debate sobre la verdadera personalidad de Jesús, ya sea un farsante, un maníaco, un creyente o un incomprendido (tal vez sea todo al mismo tiempo). Al mismo tiempo que lo glorifica lo desmitifica. La cuestión del libre albedrío también se plantea a partir del hecho de que es él quien se elige, no las voces o los demás, al decir: “Sí, quiero”. Por lo tanto, la visión de Scorsese se impone a la del guión de Paul Schrader, más inclinado hacia la fábula amoral o las derivaciones filosóficas, y la de la novela de Kazantzakis, más interesada en las especulaciones del what if…. Scorsese logra combinar la historia y el realismo con el espectáculo y la estilización, sin escapar a ciertas connotaciones fantásticas del relato.