Secuela de The Karate Kid (1984) en la que el adolescente karateca y su sensei viajan a Okinawa. Avildsen acepta el encargo de hacer una secuela a un gran éxito de taquilla suyo, a diferencia de Rocky II (1979). Si bien tiene que pagar algunos peajes, lleva la propuesta a buen puerto. Ya sea por la delicadeza del montaje y del gesto (ahora sí con reminiscencias del cine japonés), por la sencillez de la puesta en escena (la ceremonia del té aprovecha el desdoblamiento) o por la utilización del color (el cielo azul que el protagonista mira desde la ventanilla del avión).