Biopic del maestro de kung fu, Ip Man, en el sur de China desde la década de 1930 hasta 1960. Luego de su excursión a los Estados Unidos, Wong Kar-wai regresa a China para hacer un film de artes marciales (coreografías de peleas de Yuen Woo-ping) que poco tiene que ver con el esquema habitual del género y mucho con sus búsquedas estéticas y narrativas. La capacidad para seducir y para generar sensaciones a partir de las texturas de la imagen continúa intacta. Los primeros planos tienen todo el poder afectivo del melodrama clásico. La cámara siempre se ubica en un lugar descentralizado (a veces a riesgo de dejar la información descontextualizada), pero repleto de posibilidades. Más que una función relacionada con el tiempo o con lo estético, el uso del ralentí es una forma de establecer un contacto intermitente entre la narración y la imagen. La voz en off también es utilizada de forma magistral porque naturalmente entra en contraste con las imágenes. Incluso las escenas de combate se mantienen bien cerca de los personajes con una precisión y una sutileza en el montaje poco habitual. Algunos detalles de exuberante belleza los podemos encontrar en esa pelea entre la pareja protagonista cuando quedan cara a cara en posición vertical. Tal vez la trama de venganza resienta un poco la película en la última hora, pero la simpleza de la resolución con una charla en un bar de Hong Kong resuelta en plano y contraplano todavía tiene la capacidad para emocionar.