Cuento de ciencia ficción en el que el asesor de una corporación multimedios monopólica recibe la visita de una chica del espacio en New York en un futuro cercano. Hartley se mete en el género de ciencia ficción como Godard en Alphaville (1965), entre el juego, la sátira y el compromiso político y sin descuidar el retrato de personajes, pero da la impresión que en este caso se quedó a mitad de camino. Tal vez porque le falte presupuesto para la descripción del futuro que se propone (con apenas unos cascos nuevos en el uniforme de la policía no alcanza), porque muchas de las mejores ideas (la cotización de la bolsa del sexo, la dictadura del consumidor, la organización rebelde de terroristas) están más verbalizadas que nombradas y porque la resolución es demasiado abierta y abrupta para todas las posibilidades que había generado la premisa. Eso sí, por momentos los diálogos y los cuerpos desprenden un sereno erotismo dentro de la frialdad del ambiente. Formalmente sigue el tono de sus últimos films: cámara de video, ángulos torcidos, ralentíes, congelados, blanco y negro, música minimalista pero recurrente. Sin embargo aquí luce artificial. Hartley continúa alejándose de la exposición con productos cada vez más chicos y selectos.