Cuento de terror en el que un instituto realiza experimentos de telepatía con jóvenes superdotados en Chicago. Luego de un arranque desconcertante, con un trama de agentes de espionaje en Medio Oriente y la inclusión del sentido del humor, el film se mete en la internación en una clínica de una adolescente que se conecta mentalmente con otro joven. Uno está tentado a decir que la película es una adaptación fallida porque no define una trama principal y porque las inserciones en la historia de las situaciones sangrientas (pese a que tienen su impacto) parecen abruptas. Lo mejor termina siendo la resolución con fenómenos del más puro horror, la negación del happy end y la impresionante última imagen de la explosión de un cuerpo.
Brian De Palma da un salto hacia el cine de gran espectáculo, con estrellas en el reparto e impresionantes efectos especiales. Pero lo hace en sus propios términos por lo que la película termina siendo una rareza en el panorama de Hollywood de la década de 1970 y un film pivotal dentro de su obra. Más que nunca se nota la intención de De Palma de fragmentar el relato, de darle a cada secuencia una entidad original y autosuficiente, de desprenderse de la narración lineal de causa – consecuencia. El film en consecuencia se convierte en una sucesión de climas espectaculares que logran mantener la atención hasta el final por lo extraño de la historia, el buen aporte de los actores, el sentido del humor tan ocasional como oportuno y las delirantes ideas visuales. Nuevamente De Palma muestra su capacidad para adaptar novelas, esta vez con el propio autor (John Farris) firmando el guión, al saber condensar la trama sin perder lo esencial, al mismo tiempo que puede extraer ese plus visual ausente en el material de origen. Incluso en este caso elimina una escena, la estancia de la chica en el hospital, que bien podría ser ideal para la pantalla dividida y su construcción del suspenso. Pero en su esquema narrativo esa escena resultaría redundante porque la chica luego es llevada a otra clínica desde donde finalmente puede escapar. Allí De Palma recurre al ralentí de manera magistral, ya sea porque la secuencia se extiende mucho más allá de lo ortodoxo, porque el montaje adquiere una temporalidad propia que evita el corte rápido o por el hecho de que ese ralentí marca el momento en que las dos líneas narrativas del relato se reúnen. Otra escena fundamental es el escape del protagonista de los agentes que lo vienen persiguiendo. La salida a la calle atestada de persona tiene esa transparencia del cine clásico que tan difícil es conseguir en el cine moderno. Y otro recurso genial es el uso de los fondos sobreimpresos, insistentemente utilizados en las escenas que se desarrollan en vehículos, pero que adquiere otra resonancia cuando se insertan las visiones que sufre la protagonista cuando entra en contacto con sus captores.