Cuento de terror en el que cinco amigos van a una cabaña en el estado de Michigan y se convierten uno a uno en demonios poseídos. Las concepciones elementales del espacio: interior / exterior, arriba / abajo, izquierda / derecha son constantemente subvertidas para permitirle un ejercicio kinético de la cámara que convierte al film en una abstracción de lo terrorífico. En cierto sentido puede considerarse el primer auténtico film de terror de la década de 1980 (Inferno (1980) de Dario Argento se quedaba justo en la puerta) donde el exceso de sangre no tiene efecto, los personajes ya no tienen tiempo de sorprenderse de lo que les pasa y las situaciones son llevadas al extremo paródico sin perder su poder subyugante. Desde el terror, Raimi está en la misma línea que ejercicios similares llevados a cabo en la comedia por Jarmusch en Stranger Than Paradise (1984) y en el policial por los hermanos Coen en Blood Simple (1984). Igualmente hay que ser atentos en el análisis del film y destacar que la principal amenaza (la fuerza demoníaca que se posesiona de los personajes) no es visualizada en ningún momento. No queremos decir que Raimi le debe más a la tradición abstracta-lírica de Val Newton y Jacques Tourneur que a la gótica-expresionista de Tod Browning o Terence Fisher, pero tal vez lo que debamos pensar es que no le debe más a una que a la otra. Subsiste cierta cualidad artesanal en la puesta escena, ya sea en los movimientos de cámara, los efectos de maquillaje y la utilización de los sonidos (sorprendente para un debutante de 22 años), pero la nula importancia y peso específico de los personajes, los excesos de sangre y mutilaciones y la tendencia del slapstick terminan irremediablemente llevando el film al terreno de la comedia. Y esta tendencia mal imitada sepultó al género de horror durante buena parte de la década de 1980.