Drama en el que un hombre sale de prisión luego de ocho años por matar a su esposa infiel y pone una peluquería en un pueblo de Japón. Imamura resuelve un film ambicioso (que abarca temas que van desde la culpa, la obsesión y el pasado hasta el sexo y la muerte) con un grado de estilización, con un irreverente sentido del humor y con una serenidad expositiva que sólo la madurez puede dar. El comienzo de la película, con el plano general del protagonista con campera amarilla caminando por el bosque, el reflector blanco que se tiñe de rojo cuando ve el auto y la cámara que se salpica de sangre durante el asesinato, es uno de los más impactantes que ha dado el cine japonés en mucho tiempo. Después, el insert del plano de la mujer muerta cuando el protagonista encuentra la chica desmayada, los apuntes surreales cuando se mete en la pecera del anguila y la cámara que flota en el barco cuando por fin logra hablar con su mujer son momentos de puro cine. Imamura remata el film con una absurda secuencia en la que todos los personajes se juntan en la peluquería discutiéndose y peleándose como si fuera una comedia y con un grado de melancolía que no es resignación, pero desconoce toda concesión. Una de las escenas más dramáticas, cuando el protagonista se entrega a la policía inmediatamente después del asesinato, tiene un tinte casi religioso (como si fuera un suicidio). Nuevamente es un cineasta oriental el que mejor interpreta el camino de la culpa y la redención. Parece que a occidente ya no le interesa ese tema.