Cuento de terror en el que unos jóvenes van a pasar la noche en un convento abandonado y son poseídos por demonios en California. El film es la expresión más salvaje y desaforada del terror basura de la década de 1980. Desde lo mejor, The Evil Dead (1981), hasta lo peor, Night of the Demons (1988). Mendez muestra una desconsideración extrema hacia sus personajes. La escena en la cafetería, con los diálogos de letrina y los planos detalle de la comida basura, es muestra de ello. Ese desprecio parece trasladarse al espectador por el nulo desarrollo narrativo y la carencia de búsqueda de nuevas formas. Pero sorprendentemente podemos encontrar atractivas reflexiones sobre el retrato de la verdadera de la juventud americana, sobre la muerte (en la década de 1960) y el renacimiento (en la década de 2000) de la religión y sobre el carácter reaccionario de la demonización (Bush). La delirante utilización de la música tecno heavy acelerada, la cámara rápida para el movimiento de los demonios y los efectos especiales, baratos pero efectivos, se roban más de una carcajada. Los zombis demoníacos tienen ojos y dientes flúores, se visten de monjas y necesitan sangre de vírgenes para la resurrección del maligno. Resulta saludable que los personajes no sean tan adolescentes y que la protagonista ya no es virginal. La presencia de veteranos del género (Adrianne Barbeau matando zombis y Bill Moseley como policía) y del rapero Coolio como un policía con afro es afortunada. Como en Killers (1996), Mendez sigue destruyendo la imagen idealizada de América. Esta vez desde el terror adolescente.