Western en el que un pueblo espera la construcción de una línea de tren en el norte de California en 1867. La película es un western que parece cualquier cosa menos un western. Ya sea en lo temático (los triángulos amorosos, los secretos familiares, sólo dos tiroteos), en lo formal (la cámara en mano que sigue a los personajes, el tono gris azulado de la fotografía, el fuera de foco, los jump cuts, la banda sonora intimista) o en su origen literario (una novela de Thomas Hardy), pero que demuestra, como Heaven’s Gate (1980), que otra historia pudo haber sido contada sobre el oeste. El núcleo dramático (el secreto que oculta el padre, la relación con su hija) se pierde entre tantos personajes y conflictos, la narración se vuelve letárgica y el conflicto principal sólo se sostiene en la actuación de Peter Mullan (la forma con que mira a su hija). Los temas de la culpa, el perdón y la redención están allí, pero les faltan profundidad. Aun así la belleza de las imágenes, la importancia de los silencios y las apariciones de la música elevan al producto a un estado de trance poco común en el cine contemporáneo. Winterbottom queda lejos (o mejor dicho, a mitad de camino) de sus dos mejores trabajos: la concisión formal y emocional de Jude (1996) y la libertad formal y narrativa de Wonderland (1999). Luego encontrará historias y ambientes más propicios para su estilo.