Tercera parte de The Brotherhood (2001) en la que unos adolescentes participan de un juego de rol que invoca a brujos y demonios en una escuela secundaria en Estados Unidos. Poco que ver con las sociedades secretas y los vampiros de la primera parte y los brujos de la segunda, la historia de este film es completamente nueva y diferente. Sólo el título la relaciona con los capítulos anteriores. DeCoteau hace un sorprendente ejercicio de estilo con travellings en los pasillos de la escuela, una cámara elástica en todo momento y ralentíes que se desentienden de la trama, que lo acercan más al terreno del surrealismo y de la pesadilla. Y, salvando las distancias, anticipa algunos de los recursos de Gus Van Sant en Elephant (2003). Claro que DeCoteau nunca va a ganar la palma de oro en Cannes. El homoeroticismo sólo aparece esporádicamente en cierta iconografía sado de la vestimenta de los personajes, en el demonio enmascarado que obliga a agachar a sus víctimas y en la gratuita escena de ducha y toqueteo. Lástima que desde que DeCoteau salió del closet, los personajes femeninos tienen poca entidad, que el jugador de fútbol americano con cara feliz resulta aterrador, que los diálogos no resultan tan inspirados como en otras ocasiones, que la trama de brujería y búsqueda del tesoro no le importa a nadie y que no hay muertes, asesinatos o sangre porque es sólo un juego. Pero DeCoteau es tan prolífico que le permiten hacer experimentos sin que nadie lo note.