Secuela de Dracula (1958) en la que una profesora libera sin saber a un vampiro atado en Transilvania. La plasticidad de la puesta en escena hace un gran uso de las luces, las sombras y los colores. La economía narrativa de Fisher nunca regala un plano. El poder sugerente de la ambientación saca provecho de los castillos, el bosque y un molino. Aunque los murciélagos son irrisorios, los planos frontales de las miradas de los vampiros pueden parecer arcaicos y la segunda parte decae un poco porque se queda sin variantes, el film es el mejor acercamientos al vampirismo de Fisher y la Hammer.