Cuento de terror en el que una joven recién casada visita la familia su esposo que la espera para un ritual demoníaco en el campo de Rusia. Podgayevskiy por momentos demuestra una destreza visual y una irreverencia en el uso de los recursos que recuerdan a Brian De Palma (las canciones en la escena de la boda y el viaje en el auto, la secuencia de suspenso cuando la protagonista trata de escapar). Pero la película es muy despareja y en el último tercio decididamente se viene a pique. El prólogo ambientado a fines del siglo XIX da la impresión de estar filmado a las apuradas. La trama de las fotografías de los muertos con los ojos pintados (supuestamente basada en hechos reales) nunca se termina de insertar en la historia. En el momento que la protagonista se queda en la casa y su esposo desaparece, el film adquiere una temporalidad y una narración propias del cuento de terror clásico, pero Podgayevskiy no tiene la paciencia para mantener las cosas en ese estado. Corta demasiado pronto la atmósfera para ocultar la falta de giros, personajes o variantes de la trama. El problema es que termina cayendo en el efectismo burdo y adoptando las formas más rústicas y precarias de crear miedo en la parte final.