Thriller en el que una pareja infiel es testigo de un ataque de un asesino serial desde la ventana de su dormitorio en Baltimore. Lo que prometía ser una atractiva variación en el tema del voyeurismo y la referencia hitchcoiana se convierte casi en una parodia involuntaria. Lo que no hubiera estado mal, salvo por el hecho de que el protagonista es un idiota. Lo más irritante es la manera artificiosa de complicar las cosas, los subrayados que reciben los “malos” y el hecho de que todos sabemos cómo termina. El asesino mata a mujeres “provocadoras”. El body count es de apenas dos víctimas.
La película arranca bien, pero una vez que llega a la escena de juicio se mete en un embrollo del que no puede salir. En ese punto el protagonista se convierte en un idiota, su amante pierde toda credibilidad y se abandona toda la ambigüedad respecto a la identidad del asesino que sostenía al film. Los insertos de flashbacks que subrayan su identidad en la escena del crimen destruyen la coherencia del punto de vista y agregan información de más innecesariamente. Cuando hablamos de que Hitchcock es un maestro de la dosificación de la información y el respeto del punto de vista nos referimos precisamente a esto. Jamás hubiera incluido esos planos (o mejor aún, no los habría escondido desde el principio). Lo que queda del film no merece mayor comentario.