Drama en el que un hombre que intenta suicidarse busca alguien que lo entierre en Teherán. Kiarostami logra su consagración con la Palma de Oro en Cannes a partir de la depuración visual y narrativa de su estilo, del viaje interior y exterior del protagonista y de una resolución que elude el cierre. En este film las imágenes tienen tres movimientos: la objetiva para la afección, la subjetiva para la percepción y la panorámica para la acción (la fluidez del tiempo y el espacio es absoluta). Este dispositivo le permite acceder a una simultaneidad total entre lo que muestra, lo que cuenta y lo que pasa, llevando los postulados del neorrealismo al minimalismo. De esta forma la búsqueda es espiritual: la comunicación con el otro no sólo es posible sino necesaria, el sufrimiento adquiere un carácter físico y los simbolismos surgen con naturalidad. La única dificultad que se presenta, la presencia del autor, es resuelta de la forma más simple con el epílogo. Kiarostami inicia un proceso de depuración y desprendimiento en la misma línea que Bresson.