Drama en el que tres amigos, un dealer, un director de cine y una asistente de fiscal, se reúnen en una habitación de un hotel en Michigan después de mucho tiempo sin verse. Basado en una obra de teatro de Stephen Belber. Linklater realiza un pequeño ejercicio con sólo tres personajes, un único escenario y cámaras digitales que, si bien tiene un tono más confrontacional que el de costumbre, sigue sus preocupaciones habituales. El film se sostiene por la velocidad y la fuerza de los diálogos, pero es la proxémica y los movimientos de los actores (acentuados por la dificultad de hablar de temas como la culpa, el sexo, el pasado doloroso y los afectos) los que le dan una dimensión extra. En este sentido, la puesta en escena no puede ser más acertada: los rápidos cortes, las extrañas angulaciones y la negación de la dinámica del plano-contraplano típico de la pregunta-respuesta, descentraliza toda noción de verdad. A fin de cuentas lo que hace la película es cuestionar ciertos modelos de conducta masculinos como la arrogancia, la amenaza y la falsa seguridad, que la aparición del personaje de Uma Thurman no hace más que potenciar y relativizar. Y si Linklater no deja de ser un chico bueno que sabe dónde detenerse, que busca siempre la comprensión y que acepta al otro, lo que nos termina mostrando es que en el fondo hombres y mujeres no son tan diferentes. Si la resolución puede parecer conciliadora y facilista, el sentido del humor siempre alivia el dolor.