Cuento de misterio en el que una escritora inglesa de novelas policiales va a la casa de campo de su editor en la que se comete un asesinato en Francia. Ozon logra en los primeros cinco minutos de la película (a partir de acciones y planificaciones simples) atrapar al espectador para no soltarlo más hasta el final. Ante todo, el film es una rendición total hacia sus dos actrices: Charlotte Rampling, tal vez sea la actriz más bella mayor de 60 años, y Ludivine Sagnier, cuyas dotes actorales a veces pasan desapercibidas y que a diferencia de las actrices americanas de su generación es una mujer, no una muñeca o maniquí. Ozon muestra su conocimiento del género policial, ya sea en la seguridad con que conduce la trama, en la concepción del suspense sutil y para nada efectista o en los apuntes humorísticos (los personajes freaks que aparecen o la escena de baile tecno en la casa). En este viaje encuentra la belleza de las formas en la ventana que se abre y aparece un bosque ominoso o en las panorámicas sobre los cuerpos de las actrices, nada obscenos o exhibicionistas, sino puro placer cinematográfico. La intriga policial tarda en parecer, no es lo principal y tiene algunos elementos que redefinen ciertos estereotipos (la mujer desnuda asesina) Los únicos reparos que se pueden hacer al film son que aunque la novela que termina escribiendo la protagonista está basada en los sucesos de la película los personajes carecen de profundidad (la charla en el restaurante entre las protagonistas resulta corta y superficial) y que el giro final, pese a que supuestamente replantea todo lo visto, en realidad aporta poco. En una época del cine europeo caracterizada por falsas provocaciones y carencia de grandes autores, resulta un placer encontrarse cada temporada con un film de François Ozon.