Policial en el que una agente encubierta se infiltra en un club de desnudistas de Los Angeles. La trama del asesino es apenas el anzuelo, la pantalla de thriller erótico para acceder a las estanterías de los videoclubs. La película en realidad es una extraña mezcla procedente de una improbable mezcla del cine de John Cassavetes con Abel Ferrara. La actriz Katt Shea debuta como directora con el auspicio de Roger Corman y la colaboración de verdaderas strippers. El ejercicio estilístico por momentos abruma, los bailes parecen sacados del sótano de Flashdance (1983) y el montaje remite al cine new wave de principios de la década de 1980. Pero el contexto de la explotación es otro. La velocidad de los diálogos, la tipografía de los personajes y el intento de incluir el humor tiene referentes más sólidos. De a poco el film va perfilando mejor la trama, los personajes el sentido del humor y la historia de amor a los tumbos con su compañero también encubierto en otra que la sacude explota. La rendición de la escena de sexo, previo aviso en el pasillo “soy su esposo” en la puerta de su casa. La salida al anfiteatro en el parque recién nos ubica en Los Angeles llegando al final. Y allí la película despega hacia el terror surrealista. La resolución escapa a todas las proporciones. La idea de la puerta distractora de The Silence of the Lambs (1991) ya está insinuada acá. La identidad del asesino rasga la piel, el plástico y el maquillaje. La transformación de la protagonista es total.