Drama en el que un monje budista y su discípulo viven en un templo en medio del río y las montañas en Corea del Sur a lo largo de las cuatro estaciones de la vida. La supuesta belleza de los paisajes, de la música y de las situaciones están destinadas a generar la lágrima, la risa o el asombro fácil. Kim Ki-duk muda sus ficciones urbanas y desoladoras, pero aquí su esteticismo luce vacuo y acartonado. La noción de la ciudad corruptora-maligna y la naturaleza revitalizadora atrasa y tergiversa. De los cuatro pasajes del film la primavera resulta el más corto y simple, el verano, el más facilista (el despertar sexual), el otoño supone la vuelta al templo (buena idea de los policías que esperan) y el invierno termina siendo el mejor (aparece un poco de desolación).