Cuento de terror y ciencia ficción en el que una pareja de bioquímicos crea un espécimen con ADN humano y animal en Toronto. Luego de dos películas brillantes que nadie vio, Cypher (2002) y Nothing (2003), Natali se tomó un tiempo para conseguir el apoyo de la gran industria (Gaumont, Warner Bros) y el auspicio de Guillermo Del Toro. La espera valió la pena. A partir de la seguridad de la puesta en escena, del despojo de lo accesorio, de la influencia de Cronenberg cada vez más asentada y del provecho que saca la hibridez de la propuesta y la temática (terror, alegoría, realismo, ciencia ficción, naturalismo), Natalia compone uno de los pocos films fantásticos de la década de 2000 con personalidad. Desde la primera imagen bajo el agua que establece la fragilidad de la pareja protagonista, pasando por el primer plano de Sarah Polley cuando da vida al clon y los gestos y las posturas del espécimen mitad orgánico y digital, hasta el clímax algo precipitado pero sutil en su poesía visual, Natali es capaz de insertar el mito de Frankenstein en la cultura digital. Una de las películas de terror y ciencia ficción más bellas de lo que va del nuevo milenio. Natali ahora sí confirma todas las expectativas que había despertado con Cube (1997).