Thriller en el un senador es asesinado en un casino de Atlantic City durante una pelea de boxeo. El atractivo de que la acción se desarrolle en tiempo real y dentro de un estadio – hotel le permite a Brian De Palma realizar un prodigio visual a partir de una batería de recursos técnicos (steadicam, grúas, ralentíes, largos planos secuencia, pantalla dividida) y narrativos (cámara subjetiva, uso de pantallas, espejos, fuera de foco para la visión de un personaje miope, distintos puntos de vista de un mismo suceso) El artificio como fin en sí mismo obliga al espectador a estar siempre con los ojos abiertos y pone de manifiesto lo que es el film, un puro ejercicio de estilo a partir de elementos convencionales de la historia. En cuanto a la trama, una fraudulenta venta de un nuevo sistema de seguridad, y a los personajes, un policía sucio y un militar intachable, hay poco que decir. Lo mejor resulta el plano secuencia de 13 minutos que abre el film y sigue al protagonista por los pasillos, escaleras y butacas del estadio en el que aparentemente no pasa nada hasta que se comete el asesinato, los tres flashbacks (desde el punto de vista del boxeador, el militar y la chica) que intentan aclarar el asesinato y la secuencia en que los dos protagonistas persiguen a la chica por el hotel y que De Palma no duda en cortar para insertar un desconectado plano que pasa por el techo de otras tres habitaciones que nada tienen que ver con la trama. El problema, tal vez, es que después de la primera hora en que queda perfilada la trama y resuelto el crimen, el film se queda estancado con una simple persecución y un dilema moral tópico.