Comedia negra en la que una familia empieza a comportarse de forma extraña después de que el padre trae una rata blanca en un barrio elegante en Francia. El film es una provocación en estado puro que incluye sadomasoquismo, orgías homosexuales, felaciones intentos de suicidio, degustación de ratas y zoofilia. Todo en el marco de una acomodada familia burguesa de los suburbios. Ozon se ubica más cerca de John Waters y Todd Solondz que de Pasolini o Fassbinder. Eso sí, la puesta en escena es tan estilizada como cuidadosa en la representación de los excesos. Ozon juega en todo momento con la anticipación y la confirmación de la provocación. La fragilidad del orden hace que a la mínima alteración desate el caos. Hasta la mitad del film esta idea funciona. Luego la temática de la desintegración de la familia (incapaz de asimilar las nuevas prácticas y hábitos, su función de contención y educación carente de sentido) es demasiado fácil. La seguridad en la planificación y en el trabajo con los actores es poco frecuente para un director debutante (aunque con la gran cantidad de cortometrajes filmados previamente por Ozon ya contaba con una vasta experiencia). Tal vez los apuntes surreales y la veta fantástica de la historia (los asesinatos del padre, el incesto de la madre, la transformación de la rata gigante) no estén del todo explorados. La película es un auspicioso debut de Ozon en la que prevalecen las intenciones de shoquear para llamar la atención, pero, al mismo tiempo, puede ser el germen de una obra a tener en cuenta.