Drama en el que unas espectadoras observan la representación teatral de la leyenda de Shirin en una sala en Teherán. Kiarostami continúa su línea de desprendimiento formal de Ten (2002) y Five (2003), aunque más allá de su valor como experimento formal en este caso no puede ocultar cierta pereza en la puesta en escena. Pese a que abandona el principio de no intervención (la iluminación, el encuadre y el montaje subrayan la idea de artificio en todo momento), el film no puede escapar a cierta sensación de estatismo. Si seguimos a Deleuze, la exploración que Kiarostami hace del rostro, del primer plano y de la imagen afección carece de unidad reflexiva (es demasiado reflejante), de la serie intensiva (porque es sistemático) y de la función desindividualizante (son todas mujeres). En contraposición, el film se acerca bastante a los experimentos de Marguerite Duras por la disyunción de imagen, sonido y palabra. La voz en off adquiere semejante poder que el resto es subsidiario. Tal vez sea hora de que Kiarostami abandone los proyectos vanguardistas y experimentales y vuelva a hacer lo que mejor hace.