Cuento de terror en el que una pareja recién casada se pierde en el campo durante la luna llena del séptimo mes y es perseguida por unos demonios que buscan afrontas vivas en China. Si pensábamos que Sánchez no tenía nada que decir y que mostrar en el cine de terror después de su segunda película, viendo este film parece que su cine directamente hay que evitarlo. La estética del film aborta toda posibilidad expresiva. Una cámara móvil y temblorosa en todo momento, unos planos que no duran más allá de unos instantes, unas imágenes en las que apenas se puede ver algo son las únicas armas con las cuenta Sánchez para visualizar su historia. ¿Por qué lo hace? Si es para asustar, falla miserablemente. Si es para darle más “intensidad” a la acción, el efecto se agota pronto. Tal vez lo hace para que resulte más cómoda la visualización opaca de las criaturas o simplemente se trata de una condescendencia absoluta hacia el espectador. En todo caso hay una desconfianza total hacia las imágenes que nada tiene que ver con las potencias de lo falso. Es una lástima. Más que nada porque la historia tenía un punto de partida y un desarrollo propio del cuento de hadas que merecían un acercamiento más sutil y sugerente.