Comedia policial negra en la que un guionista es perseguido por un mafioso a causa de un perro secuestrado en Los Angeles. El director irlandés Martin McDonagh se muda a Estados Unidos, consigue un reparto de actores dispuestos y trata de innovar en el género policial desde la autorreferencialidad. Por momentos lo consigue. Si bien la película funciona mejor por la efectividad de sus partes que por la suma de ellas o como un todo, tiene bastantes puntos a favor: el dibujo de los personajes, las situaciones de violencia, la presencia de Colin Farrell (abatido, alcohólico, superado), Christopher Walken (aporta excentricidad sin siquiera esforzarse) y Woody Harrelson (obsesionado por recuperar al perro), algún segmento afortunado (el asesino cuáquero), una pizca de humanismo con la esposa enferma, cierto tono surreal en la superposición de la historia, un toque de suspense en la secuencia en el hospital y el reconocimiento de la nulidad de los personajes femeninos. Sólo Sam Rockwell por momentos cae en la caricatura. McDonagh aporta su origen teatral al género aunque su lectura del género policial todavía carece de la ironía de Tarantino o los hermanos Coen.