Policial en el que una bióloga descubre que su padre fue asesinado y busca al supuesto culpable en Paris. Rivette encara por primera vez el género policial (y el thriller) a partir de secuencias de asesinato, de falsos culpables y de la relatividad de las apariencias. Pero lo hace sin dejar de lado sus obsesiones por la larga duración, la teatralidad y la conspiración. Si lo mejor de la película es la secuencia óptica y sonora pura del viaje que hace la protagonista en tren (repleta de hallazgos visuales, por el provecho que saca del paisaje y la transformación física del personaje) es porque el resto carece de la misma tensión e ímpetu. La conspiración familiar detiene el momentum. Al guiño a Vertigo (1958) de Hitchcock le falta consistencia. Y en la resolución debe llegar una revelación del misterio. Rivette se mete en un género complicado. Su sistema de amplitud realista sólo puede absorberlo por momentos.